lunes, 27 de abril de 2009

Noticiero

NOTICIERO


En el Parque del Seguro Social se instalan tres carpas (“Cuerpos identificados”, “Cuerpos no identificados” y “Restos”). Los parientes o amigos atraviesan el cordón sanitario y son objeto de una fumigación que les permite acercarse a los cuerpos. Se les ve cansados, tristísimos, con ocasionales destellos de esperanza. Los no identificados van a la fosa común. Con celeridad, cincuenta mecanógrafos se encargan de las averiguaciones previas, las actas de defunción, las órdenes de traslado y salida. Se vacuna contra el tétano y la tifoidea y se reparten tapabocas. A los cadáveres se les protege con cal, se les inyecta formol y se les rodea de grandes bloques de hielo para contener en algo el proceso de descomposición. El olor se percibe a tres cuadras. Casi nadie reprime el llanto y las náuseas. Es arduo el reconocimiento: hay muchos cuerpos deformes, aplastados, mutilados, hinchados, las facciones convulsas, fijadas en el instante del terror.

Los familiares abandonan el parque en dirección de los Panteones de Dolores, San Nicolás Tolentino, San Lorenzo Tezonco. En el barrio de San Juan Insurgentes los voluntarios masifican la producción de féretros, unas cuantas tablas clavadas y fumigadas. En San Lorenzo Tezonco exhuman restos para hacer lugar, mientras continúa incesante el movimiento de ambulancias y carrozas. Una anciana se queja: “ ¿Ya ven? Ni coronas, ni flores ni nada. Por lo menos una misa y una cruz”. Los entierros son veloces, y ni siquiera hace falta entregar la dispensa de autopsia. Las palas resultan insuficientes, y se recurre al concurso de los familiares. En la noche, llegan a San Miguel Tezonco camiones de volteo del DDF con cadáveres no identificados. No hay fosas suficientes.

Según testimonio de un sepulturero que no quiere identificarse, la falta de control desmiente la pretensión de exactitud de las autoridades:

Nos ordenaron cavar tres agujeros, cada uno de 25 metros de largo por cinco de ancho y casi tres de profundidad. Primero les pusimos cal, y luego echamos sobre él como doscientos cuerpos que venían en bolsas de plástico; luego les volvimos a echar cal y después les volvimos a echar otro montón de tierra. Así lo hicimos sucesivamente hasta que se completaron los primeros mil… Tenemos terminantemente prohibido dar datos de lo que aquí sucedió, y espero que no me eches de cabeza, porque me corren (Heraldo, 2 de noviembre de 1985) .



Carlos Monsiváis.
No sin nosotros. Los días del terremoto. 1985-2005
Ediciones Era

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