jueves, 12 de marzo de 2009

Chesterton en Monterrey

De santos y herejías
Por Eloy Garza González / MARZO 12, 2009
CHESTERTON EN MONTERREY

Hago un paréntesis en mi trajinar de analista político de asuntos regiomontanos para comentar que he terminado de leer un libro de ensayos de Chesterton. Este irlandés era un católico optimista (que también los hay), un polemista irónico y un retrato físicamente fiel a José Jaime Ruiz. El primer libro de Chesterton lo leí de prestado en la biblioteca de la secundaria y nunca lo regresé (llevo ese cargo de conciencia desde entonces). Era lo primero que leía de aquel señor y me gustó mucho, pero con reparos. El libro se titulaba “Ortodoxia” y Chesterton había tenido el acierto de invertir los papeles, es decir, de adoptar para sí la actitud agresiva del heterodoxo, relegando para la Iglesia las mansedumbres e hipocresías de la religión católica.

Esta lectura, más algunas otras de Chesterton, me hicieron adicto del genial escritor inglés. Pero había otras cosas que me alejaban de él: un cura detective, que luego plagiaría Agatha Christie y, mayormente, el empeño de fidelidad en la tierra sin perder de vista el cielo y una estampa general de filósofo de derecha, casi adscrito al PAN si ahí leyesen alguna cosa de verse (el único panista lector fue Carlos Castillo Peraza pero se murió, y el Jefe Diego, pero ese ya no lee más que periódicos y sólo cuando sale él).

Ahora leo a Chesterton y recupero un trofeo olvidado de nuestra adolescencia erudita. Chesterton es ingenioso en la narración, complaciente en las conclusiones, deslumbrante en la prosa y un poco de todo ello en los artículos, que escribió infinidad. A estas alturas de la vida, cuando uno se refugia mucho en la relectura por razones biográficas y de las otras, ocurre que alguien deja sobre nuestra mesa al gran Chesterton, a quien teníamos olvidado como se olvida al cura de nuestra iglesia, con esa vista de águila para los adolescentes que tienen los curas y las mujeres.

Hoy, el gran sacerdote inglés no puede ocultar que toda su ortodoxia no es sino un recurso de heterodoxo dado la vuelta, que sus intrigas son pequeñoburguesas y que así sólo se salvan sus ensayos, sus artículos y su humor. Como teórico cristiano queda muy superado en los tiempos de Teilhard de Chardin y como narrador del bien aventaja a Mark Twain.

Así que su gracia bendita no es una gracia de sacristía, pero tampoco es la gracia atroz y monstruosa de Ionesco, por ejemplo. Lo que se recupera y se disfruta en este gran escritor católico son recursos de un gran pecador como Oscar Wilde: la paradoja, la sorpresa, la genialidad gratuita y la presencia constante de Dios (véase la Balada de la cárcel de Reading).Wilde y Chesterton se parecen mucho, qué le vamos a hacer, sólo que uno juega en el sol y el otro en la sombra, pero ambos son anglosajones y víctimas de una fe que defienden siempre mediante contrasentidos mejor que mediante teologías o analogías.

A gran distancia de aquellos autores encuentro que todo aquello, el bien y el mal, era deliciosamente ingenuo, pero la pura sustancia literaria de Chesterton nos vuelve a atraer a los lectores. Las paradojas de Chesterton son ahora alegres como las velas de una boda. Lo que ignoraban estos escritores entre dos siglos es que la sustancia del catolicismo está en el dolor absurdo al que ya hemos renunciado desde hace varios años. Ahora se sigue mejor a Michael Onfray y su divertido epicureísmo. Nosotros hemos sabido renunciar a esas sublimidades que eran como los paraísos artificiales de todos los baudelerianos. Qué ingenuo escandalizarse con Chesterton y qué ingenuo no escandalizarse ya de nada.

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